En el recinto de la democracia,
con el verbo airoso, aquel dice defender la vida,
la honra y los bienes de los desplazados
que deambulan por la amada patria.
Solo le falta herirse la garganta
para demostrar su afecto y compasión.
Se compunge y lagrimea,
lagrimea y llora convincentemente.
Todos acuden a su poder, lo alaban y lo protegen.
Más cuando retorna a la intimidad,
se afloja la corbata, se sirve un whisky y marca al celular:
dicta nombres y apellidos,
direcciones y teléfonos.
Habla de fincas, caseríos y corregimientos.
Inspecciones de policía, inteligencia militar.
Descuelga el digital
y hace cuentas, porque sabe numerar
y todo lo sabe.
Al otro día, le llegan las noticias:
Ya han sido corridas las alambradas,
se pueden romper las hipotecas,
y escriturar lo que hace falta,
le dicen los estafetas.
Mientras el río baja con las piedras manchadas
y un rumor crece de agitados gemidos
que opacan el sol de la mañana.
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